Pedagogía del amor para una educación más consciente

¿Por qué pedagogía del amor?

En primer lugar, porque vivimos en una sociedad desalmada, víctima y artífice de barbaries provocadas por el ego. Y si todo empieza en uno y en la educación, el amor resulta pues un tema pedagógico ineludible.

La mente inventa banderas, partidos, religiones, ideales de cualquier índole, fragmentando así nuestro planeta. Una humanidad que juega a ser dios, retando incluso a la naturaleza, a la que infravalora como maestra. Un camino de exterminio nunca podrá acercarse al amor.

El sistema capitalista mundial ha generado una cultura de dependencia tan vertiginosa y sobreestimulada que, mareados por esa inercia, hemos perdido de vista el sentido de la vida. Moramos en una sociedad obtusa que sepulta la dignitas hominis. Una sociedad dominada por un capitalismo perverso, el cual desoye a la humanidad arrojándonos al abismo atroz de las guerras. Una sociedad pueril, exenta de madurez interior. Docentes, familias e instituciones de cualquier tipo, se encuentran atrapados en una laxitud paralizante por miedo, inconsciencia o agotamiento.

A lo largo de la historia uno de los lemas de la educación ha sido (y sigue siendo) que sirve para adaptarnos a la sociedad que habitamos. Sin embargo, ¿cuál es el sentido de adaptarnos a una sociedad enferma? No podemos educar solo para adaptarnos, sino para sanarnos. Y, por otro lado, al no sentir nunca el rol del educador como un mero dispensador de currículo, sino como generador de conciencia, me preguntaba también cómo generar conciencia sin tenerla antes de uno mismo. Así parece ser, todo empieza en uno.

Tenemos como marco de referencia estructural una sociedad inflamada por multitud de acciones escaparatistas, por lo que se vuelve medicinal volver al interior. La vertiginosa velocidad con que actuamos, la ausencia de silencio y reflexión, el uso descontrolado de tecnología, el alejamiento de la naturaleza, el arrinconamiento de la lectura comprensiva, la actitud amorosa, el menosprecio de lo artístico y la filosofía en las aulas, la abrumadora competitividad, currículos inflamados que nos distraen de lo que de verdad nos nutre, una famélica educación emocional y espiritual, definen el panorama ante el que urge una pedagogía de la interioridad.

Educar con amor supone descondicionarnos, dando paso a nuestra inteligencia primordial, la cual atraviesa a todas las demás y las pone a merced de esa búsqueda de sentido, entendida como todo aquello que genera apertura y pertenencia a la vida.

En segundo lugar, el amor es un término que ha sido, y sigue siendo, investigado desde distintas disciplinas: biología, psicología, pedagogía o filosofía, entre otras. Tiene tantos prismas como un diamante. Quizás por ello, resulta arduo concretar y hacer comprensibles sus innumerables matices. Con la mente lo acotamos e intentamos comprenderlo, pero en esencia es como agarrar el aire.

Su trayectoria semántica sigue siendo ecléctica y, en ocasiones, manida, incluso corrompida. Un vocablo que trae consigo múltiples interpretaciones. Por lo que el humilde propósito es intentar hacerlo más comprensible como gran tema dentro de la pedagogía en aras de una humanidad pacífica.

Partiendo de una pedagogía más consciente, amar es lo opuesto al ego, por lo que, para educar en el amor, inevitablemente, hemos de educar la atención contemplativa sobre cada movimiento de nuestra mente tramposa.

Hacia una educación amorosa

El intelecto es osado e invasivo. Lo alimentamos porque habitamos una sociedad sierva de la mente. Pero la naturaleza del pensamiento, más allá de solventar nuestros avatares cotidianos, no tiene tanto de qué ocuparse. Es ahí donde finaliza su utilidad para dejar paso al devenir de ideas sin pretensión resolutiva alguna. Salir del obtuso enredo mental nos encauza hacia una serena vivencia del amor.

Una educación profunda nos hace percibir lo esencial, que no está en los libros. Es una inteligencia que no añade capas de papel maché a la pegajosa máscara del ego, sino que las elimina, permitiéndonos respirar. Hace hueco a la conciencia desatiborrando el ego, vaciándolo. De ese vacío emerge el amor. El ego no soporta el silencio, ya que tiene respuestas para todo. En cambio, el amor se nutre de él, y es en el silencio donde halla toda respuesta o a ninguna. Pues saber que no se sabe, es también sabiduría.

El amor es un estado meditativo permanente de apertura en que la duda y la falta de conclusiones nos permiten discurrir, interminablemente, hacia un inquebrantable autoconocimiento. Es un estado de conciencia no horadado por los intereses del hombre, sino esculpido por la armonía de su naturaleza. El amor nace de la conciencia. Cambiemos control por contemplación. Conocimiento por autoconocimiento que es la materia de la que está hecha una educación más consciente.

Violentamos el trascurrir natural de los acontecimientos para hacerlos a imagen y semejanza de nuestro ego. Hemos perdido de vista la naturaleza como gran educadora. Y no solo eso, sino que estamos condenando al planeta en que vivimos a un devenir catastrófico. ¿Tan ciegos somos? La naturaleza carece de ego y fluye ordenada.

Educar se da en relación a los demás. El amor acontece en el encuentro. Como un conjunto de acciones, una manera de ser y estar que aceptar al otro como un legítimo en la convivencia; por lo tanto, amar es abrir un espacio de interacciones en el que su presencia es legítima sin exigencias. ¿Acaso podrá aprender y/o enseñar bien aquel que no se sienta reconocido? Y no en términos egocéntricos. Esto nos lleva al punto de partida: a nuestro auto-conocimiento amoroso. ¿Cómo podemos generar conciencia en los educandos sin tenerla de nosotros? La autoconciencia radica en darnos cuenta de nuestra conciencia, para lo que la interacción con los demás se torna espejo.

El halo socializador del planeta es bélico. ¿Cómo nos hemos educado para llegar hasta aquí? Resulta inaplazable un cambio de paradigma educativo que nos oriente al amor. El comienzo del mismo conlleva darse cuenta de todas aquellas conductas que identificamos aversivas. La pedagogía del amor como aquello que aprender, reaprender y/o desaprender para ir de la mano de nuestra sabia biología que nada sabe de egos.

Los docentes amorosos ponen de manifiesto, en su práctica diaria, lo que implica serlo. Esto acarrea una decisión firme y consciente de relacionarse con los alumnos de un modo especial. Imprimen su quehacer de fuerza emocional, coraje, templanza, humildad, curiosidad, perseverancia, escucha, esperanza, gratitud, honestidad, coherencia, contemplación, lentitud, paciencia, amabilidad, serenidad, colaboración, valentía, sentido del humor, ecuanimidad y calidez anímica. En definitiva, el maestro como crisol de actitudes humanas generadoras de amor que contrarrestan la gelidez del mundo que habitamos.

Keywords: educación consciente, amor y autoconocimiento.