Dra. María Quintana
Ortodoncista y CEO de Mind-Q (coaching para mujeres dentistas).
Uno de los mayores retos de las dentistas es la falta de educación emocional, la gran ausente en los programas docentes de las facultades de odontología.
Uno de los desafíos que tenemos las odontólogas en nuestra profesión va mucho más allá de la teoría y la práctica, ya que está relacionado con toda esa falta de educación emocional tan importante en el sector sanitario. En las universidades de odontología temas tan cruciales como estos no se enseñan y siento que debería ser un básico en nuestras facultades.
Cuando empecé a trabajar como odontóloga, pensaba que lo más difícil sería dominar la parte técnica. Pero con los años, y gracias a mi experiencia como responsable médica y como coach de odontólogas, he descubierto otra realidad: el mayor reto de muchas profesionales no es clínico, si no interno y es la falta de educación emocional.
He conocido a mujeres con una formación académica excelente que, a pesar de ello, dudan de sus decisiones, sufren estrés y ansiedad y sienten que tienen que demostrar su valía constantemente. Todos estos síntomas no siempre se ven a simple vista, pero se manifiestan de muchas maneras: dificultad para comunicar con seguridad, miedo constante a equivocarse, bloqueos a la hora de resolver una incidencia con pacientes, o la sensación de no estar nunca a la altura, por mucho que sigan formándose.
En una encuesta que realicé a 54 mujeres odontólogas de entre 25 y 45 años, el 86 % expresó sentirse insegura en algún momento de su práctica clínica, especialmente en la comunicación con los pacientes y en la toma de decisiones. Los temas más mencionados fueron el estrés, la autoexigencia, el perfeccionismo y el miedo al juicio externo.
Una situación vivida hace un tiempo lo hizo aún más evidente.
Un día, en la clínica, vino un paciente muy enfadado. Las doctoras presentes en ese momento vieron cómo entraba a hablar conmigo. Le hice pasar al gabinete, le pedí disculpas por los inconvenientes que le hubiéramos podido ocasionar y le invité a explicar todo lo que necesitara. Le escuché con calma, respeto y compasión, y le ofrecí una solución.
Cuando salió del gabinete, aquel paciente que había entrado tan tenso y enfadado me dio un abrazo y se marchó con una sonrisa. Justo después, una de las doctoras que había presenciado la situación se me acercó sorprendida y me dijo: “María, ¿cómo lo haces? ¿Cómo consigues que un paciente que entra tan enfadado salga tan tranquilo y agradecido?”.
Aquella pregunta me impactó profundamente. Fue el momento en el que se confirmó aquello que hacía tiempo intuía: tener recursos ya no era opcional, sino una necesidad real para la práctica diaria como odontólogas.
Las profesionales que me rodeaban aquel día estaban altamente formadas, pero aun así no sabían cómo gestionar situaciones como aquella. Y no era por falta de capacidad, sino porque nadie, ni en la universidad de odontología ni en las formaciones posteriores, les habían enseñado cómo gestionar emocionalmente esos momentos de tensión y conflicto que, inevitablemente, forman parte de nuestro día a día como odontólogas.
Estas dificultades emocionales, aunque a menudo se viven en silencio, tienen un impacto directo en la calidad de la atención al paciente, en la satisfacción laboral de las dentistas y en la relación con el equipo. Y, lo que es más importante, afectan profundamente a la autoestima de las odontólogas.
Por eso, es urgente y necesario que empecemos a hablar más del aspecto emocional dentro de la odontología. Necesitamos formarnos a nivel de conocimientos y técnica, pero también (y no menos importante) necesitamos herramientas para gestionar nuestros pensamientos, emociones y creencias que condicionan nuestra manera de estar en la consulta.
Incorporar recursos como el autoconocimiento, la regulación emocional y el apoyo entre profesionales puede marcar la diferencia entre una odontóloga que pasa el día con angustia y malestar, y una que se siente segura y satisfecha con su trabajo.
La intención de este artículo es visibilizar todo aquello que también forma parte de la profesión de odontología y que, muy a menudo, escondemos: las emociones, las dudas, los miedos y las inseguridades. Hablar de ello con naturalidad es el primer paso para integrarlo en nuestro ejercicio profesional y así poder dar a conocer que las universidades de odontología tienen el deber de introducir en sus programas académicos la educación emocional.
Cuando estos recursos están al alcance de las doctoras, empiezan a evidenciarse cambios reales: aumenta la seguridad clínica, mejora la comunicación con los pacientes y disminuye la carga emocional que a menudo acompaña la práctica diaria. Apostar por la educación emocional no es opcional, sino una inversión directa en la calidad de nuestro ejercicio como profesionales de la odontología.